Ciertas noches, mientras se me adormece la sensación impresa
por el mundo, vuelvo a un yo casi desconocido para mi; tanto que a veces me
siento extraño y lúgubre, como si yo no supiese para nada quién es ese yo que
me habita cuando el mundo desaparece de mi.
En esas ocasiones
no tengo más remedio que entregarme a una danza extravagante que por cierto me
resulta exquisita.
Cierta vez que eso
acontecía llegó a mi una sensación innovadora: porqué no intentar cantar. Y nota a nota, surgió una melodía que declaré
lisa y azul. Una melodía que siempre
repito cuando el mundo me atosiga y no logro despegarlo de mi.
Resulta casi
coherente que eso haya ocurrido. Veamos,
el mundo es un tanto iridiscente y no siempre uno goza del vacío interno que
antaño sería tan simple, tan natural.
Además bailar no sería una buena herramienta, ¿Cómo escapar del mundo en
pleno plaza Constitución? Bailar sería
demasiado llamativo y el mundo se me metería más adentro, más espeso. Pero una canción es algo tan inocuo, tan
desapercibido en la ruidosa Buenos Aires que me ha resultado cada vez más fácil
hacerme de mi, alejarme del tiempo.
Lo curioso es que
esta facilidad de entregarme a mi no me llevó a permanecer más cómodamente en
el mundo de lo cotidiano, sino que me hizo ver con claridad que el mundo este
que yo parecía haber elegido, era una realidad que no era mía, que yo no
participaba en la creación de mis días y que éstos me estaban atropellando un
tanto belicosamente y un poco me molestó eso de mi yo que sí sabía lidiar con
la existencia compartida.
Esa es la principal
razón que me llevó a cambiarlo todo. Y
cuando digo cambiarlo todo digo… ver realmente rinocerontes corriendo… por el
monte.
ÁFRICA
África me ha
acogido alegremente, mientras yo cante mi canción soy una estrella. Soy una fuente. Soy una vida.
Cuando llegué aquí los días parecían eternos, porque no había lunes ni
jueves a las tres. No había mi noción de
mi acción al tiempo dado, sólo estaba yo, mi real yo y África.
Hay dos Áfricas que
yo puedo recordar, mencionar. El África
que tenía inventada en mi mente, cuando yo no era mi verdadero yo, y el África
que yo ví, que yo veo. La primer África es
de elefantes, negros y jeeps. Y palabras
como Safari. El África que pisan mis
pies tiene aliento a verdad. Es un lugar
como todos. Como el otro, pero los
acontecimientos se despilfarran frente a mi y no hay de aquellos momentos sin
canción.
Primero ví los
pastos. Son muy representativos de la
palabra vida. Los elefantes estaban ahí,
están ahí, pero no son objetos de mi inventiva.
Son unas criaturas enormes, unas otras
criaturas con sus realidades que se evidencian de yoes reales. La primer pregunta que me hice fue del tipo cómo puede ser. Cómo puede ser que personas ajenas a sí
mismas sean las que propulsan el terror y deciden cuánto pasto existirá en
África. Cuántos niños dormirán hoy
olvidando su alma en la realidad anti-real de los patéticos adultos ajenos de
su sustancia vital. Eso me molestó, casi
me devolvío a mi otro yo, llamemosle mi yo feo.
Mi yo no yo. Mi anti yo. Mi yo construido cuando la niñez ya no fue
suficiente para ser del mundo. Esto fue
un momento muy detenido en mi, una observación del modo sucesivo. Luego canté mi melodía y eso se evaporó, porque
aquellos humanitos pseudo-reales no tienen tanto poder como creen. Y los pastos con su verde crepitar se hacen
amarillos por causa del Sol y el Sol es el que en todo caso es bastante
poderoso aquí. Así que inmediatamente me
olvidé de aquellos modos y vino la segunda sensación. Una sensación como de viernes, pero mismo en
domingo. Una sensación como de
veintinueve de febrero en año no bisiesto.
Y mis ojos se abrieron un poco más.
En tanto eso pasaba apareció el jeep que yo había dibujado en mi mente. Era un safari con un elefante a bordo y los
pastos se iban a toda velocidad, hacia un atrás que no era pasado. Yo supe entonces que continuar dibujando más
realidades con mi mente no era astuto.
El universo, el Universo, es miles de millones de veces más ingenioso e
interesante que mi delicada conexión sináptica intentando construir
futuro. Así que me despreocupé del
asunto y me dediqué a percibir los aromas, los colores. ¡Ay que inteligente por mi parte hacer
eso! ¡Cuándo los elefantes se dieron cuenta! Corrieron hacia mi, no. No. Corrieron hacia su amigo elefante que
ridículamente continuaba sobre el jeep, a mi lado. Y le dijeron algo, un sonido le dijeron. Yo no pensaba, oía. Y porque oía entendí que ese sonido era
nasal, no, nasal no. Trompal. ¡Ay
elefantes, qué enormes son! Eran diez y
me rodearon. El uno que iba a mi lado
saltó del jeep. El otro que estaba más
cerca de mí me tomó con su trompa y me llevó al suelo, con delicadeza. Luego los otros destruyeron el auto y,
corriendo todos juntos, se fueron. Allí,
en medio de la sabana me quedé solo. Mi
mente casi habla, pero no la dejé porque canté.
Entonces olí el néctar de las flores de una enredadera y amé ese aroma y
del amor que sentí esa enredadera se alimentó y creció hasta que una flor quedó
frente a mi nariz y yo la olí y supe que esa planta era feliz. Y yo fui feliz. Y sentí un galope. Yo corría junto al mundo que giraba. Corría.
Soy una criatura de
la Tierra.
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