domingo

Funky Road (episodio4)


Un espacio puede estar decorado de infinitas formas. Y si tiene palmeras, mejor. El mar: azul. La arena: me gusta gruesa, que se distinga la roca del caracol. Que no sea muy ancha, la playa. Que se continúe en selva hacia el continente. Así es como preferí este lugar por sobre toda la costa transitada. Desde el Río de la Plata tomamos el océano Atlántico, ya en Uruguay y navegamos el borde hasta Río de Janeiro. Allí nos detuvimos una tarde, compramos frutas y cargamos agua y continuamos hacia Bahía acompañados por delfines que saltaban y reían. Como si fueran niños. Como si fuera un niño yo me maravillé de todo cuanto veía. Y también de mi osada valentía desprendida de toda racionalidad adulta. Yo, estudiante de matemáticas, a punto de licenciarme, había accedido a viajar sin rumbo exacto con el peculiar navegante músico. No me había convencido él. Yo solito sentí absurda toda mi actividad como criatura viva del planeta y luego de la zapada no quedaba de mi más que una sensación. Cuando volvíamos al pantano de Ciudad Universitaria, el me comentó que me dejaba y seguía viaje. Para dónde. Para el norte. ¿Para el norte? Sí. Para mi el norte era un lugar alla, que un día visitaría sin intento, como participante de un congreso científico o algo por el estilo; pero para él el norte era un tiempo, un tiempo musical. El norte era una negra. Y el compás cantaba: negra negra negra negra. Cuatro cuartos era el ritmo de las olas. Fsh fsh fsh fsh. Llevame. Le dije. Cambió el rumbo y mientras el barco navegaba marcando el tiempo, me senté al piano y tocando entoné una canción.

Soy de la lluvia

Y del viento tomo el silencio.

Cuando sale el Sol.

Yo se que es la Tierra la que gira.

Y sin embargo no fui yo..

Busco mi saber

Mi modo de ver.

Soy una gota en la lluvia

Soy una gota que cae sobre el mar.

Sobre el Mar.

Estaba improvisando. Era una baguala. Y en el piano sólo tocaba un MI grave y un SOL tenue, como el Sol del atardecer que amanecía más allá.

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