martes

FUNky rOad. (tercer episodio)


No quise entrar a clase. Estaba aun aturdido por el efecto de la mañana, del despertar. Y el Sol, ya inundando el predio, señaló senderos que me llevaron hasta el pantano. Qué lindo aire se respira aca, pensé. -Qué lindo aire se respira aca- me dije. -Sí-. Escuché que alguien decía. Me decía. Acomodé mis anteojos intentando disimular mi timidez, sonreí y seguí caminando. Este señor que me había hablado me alcanzó en tres zancadas, me miró. -¿Te gustaría andar en bote por el río?- me dijo. Claramente respondí que no. Que tenía que ir a clase. Que gracias. Bueno si querés te lo muestro nomás, está acá, en la orillita, atrás de las totoras. Y señaló hacia alla, hacia los pastos. El hombre tenía como una bondad. Dale, le dije, sintiéndome osado. Para llegar tuvimos que caminar sobre el tronco de un árbol caído, esquivar dos charcos y embarrarnos bastante. Detrás de los pastos estaba Popota. Popota no era ningún botecito. Tenía una cabina, tenía un timón, tenía colores. Y su exterior era violeta. Todo, absolutamente TODO lo que no pertenecía a ese momento, al objetivo de navegar ese río a bordo de Popota se desapareció de mi mente y le dije, entusiasmado: -¿Vamos?- Me miró, sonriendo. A los ojos me miró. Sonriendo. Dale subí, me dijo.

Popota no tenía motor. Tenía un sistema a pedales y vela. Estuve en la cubierta hasta que nos alejamos de la costa. Cuando entré al camarote vi los instumentos. Un Piano vertical de madera, un Chelo y diversos elementos de percusión. Me conmovió la imagen porque hacía años que no tocaba. Recordé la sensación de los dedos al presionar la tecla, el recuerdo del sonido antes de sonar, recordé melodías que hacía años habían sido reemplazadas por otros haceres. Me senté frente al piano. La tapa estaba levantada. Apoyé mis manos y tímidamente empecé a tocar. -Es una melodía sencilla- me dijo. -Sencilla y bella- agregó mientras con el Chelo iniciaba un acompañamiento para nada compañero... sonaba estridente. Sonaba molesto. Sonaba como si un niño sin ninguna formación musical tocara el Chelo. Pero yo no podía detenerme, mis dedos gozaban de estar nuevamente allí. Pero mis oídos, mis oídos querían que todo terminara, querían la armonía habitual, pero mis dedos... Cuando lo miré él me estaba mirando. Serio. Firme. Sin parar de tocar. Yo tampoco podía parar, pero tampoco podía sostener la melodía académica, cuadrada, centrada, que había comenzado. Nota a nota, dedo a dedo, compás a compás fui desarmando el tiempo. Ni siquiera había ya noción de tiempo segmentado... a tal punto que imaginé yo espirales. Espirales que me envolvían el cuerpo, que me acariciaban los ojos, las manos, los pies, los pensamientos, los sentimientos. Yo no me pude explicar en ese momento que había pasado, pero sí sabia que había sido importante. Sí sabía que había sido hermoso. Y sí sabía que había sido real. No un sueño. Aunque ahora sé (y en ese momento no lo sabía) que los sueños son realidades otras. (Pero reales).

1 comentario: