jueves

Un mirar otro


  Se despertó bruscamente. Empacó, dejó la habitación y fue hasta la recepción.  Eran las tres.  De la madrugada. 
-La habitación que me dieron tiene pulgas- 
-Lo siento, el hotel está lleno. Puedo devolverle su dinero.-
-Bueno-

  Se fue. Caminó por la ciudad desconocida, llegó a un parque y se acostó en un banco.  En el universo ardían las estrellas y ella viéndolas percibía su calor.  Se durmió de repente.

  Ahora es el día siguiente. Ella aun duerme y el Sol no asoma todavía, pero ya cantan los pájaros.

  Y se despierta suavemente, sin terror.

  No tiene nada que hacer, no conoce la ciudad, no tiene a quién visitar. Ni rumbo, ni origen.

  Se despierta suavemente, sin terror.

Camina por el parque;
brisa.
El parque se desliza ante sus ojos;
canto.
Sus pies empujan la Tierra y el paisaje sucede;
rojo.
y violeta.  Ese es el cielo.  Aire atravesado por Luz.  Y ella se pregunta, ¿Los colores son del Sol?  La luz Luz.  La luz original.
¿Los colores son de las cosas?  Elementos, que con la sola varianza en el número de protones son excéntricamente diferentes.

  Ahora se sienta en otro banco. Respira la mañana.
Y se hace de noche.
  Ahora se levanta del banco.
Y baila.
Sin peces, el estanque invita.
Y nada.

  Amanece. Se duerme. Se duerme. Sueña con gorilas.  (Pero no les tiene miedo).  Un oso la despierta.  En la vida real, no en el sueño.
-Hola Oso- dice.
-Grrr- el oso.
Morir, llorar, Miedo.
-No- dice.
Vivir, reir, Canto.
¡Cómo le gusta su canto al oso! Se tira panza pa´arriba y ella se acurruca en su pecho.  Se duermen y sueñan con gorilas.  (Pero no les tienen miedo).


lunes

Alla en el mundo, un conejo.





Es así.
Yo miro por la ventana, vuelvo a mi juego, miro por la ventana hacia la calle, vuelvo a mi juego con los pinipons, miro por la ventana los ojos de una gata que pasa caminando, vuelvo a mi juego: los pinipons se pasean por la plaza plástica, la gata es blanca y sus ojos amarillos.
Ahora sólo miro por la ventana, hacia la calle, los ojos amarillos de una gata blanca que pasa caminando por la vereda de mi casa. Corro hacia la puerta, estiro mis brazos hacia el picaporte...
-Camila, ¿Qué hacés?-
Zas, la señora reglamentaria me levanta. Vuelvo a estar frente a la ventana, frente a la plaza pinipon, ya no hay gata. Igual miro por la ventana, hacia la calle. Pasa un auto rojo, después uno gris, ahora uno verde. Pasa la vecina con su perro Heráclito, yo miro por la ventana, quiero ver si pasa la gata blanca, de ojos amarillos. ¡Épale! Ya no quiero eso. Lo que veo ahora es...es ¡Un conejo! Un conejo, de esos de verdad, con los ojos rojos (y conejo). Voy muy sigilosamente a la puerta, estiro el brazo hacia el picaporte, lo bajo. La puerta no se abre. Veo la llave -¿Cómo será esto?- La empujo, la toco, le susurro palabras inventadas. La puerta no se abre. Vuelvo a la ventana. Allá, en el mundo, un conejo. Y no lo puedo tocar, ni seguir ni nada. STOP. Pausa. ¿Allá en el mundo? Switch on. ¡Acá! Acá, en el mundo, un conejo. Me escurro entre las rejas y salgo por la ventana, un saltito a la vereda y... ¡Uy, se va! -Conejito, conejito- En eso llega el señor de los abrazos. -¡Camilita, jugando en la calle! Pero qué linda-. Upa y adentro. Observo un detalle importantísimo: a las llaves hay que girarlas para poder abrir puertas. –Estupendo, me digo a mi misma. Otra vez adentro, la señora de las meriendas me da leche y galletitas y el señor de los cuentos me lee una historia sobre una chica que se queda dormida en un reino embrujado. Pero yo pienso en la gata blanca, de ojos amarillos, y pienso en el conejo, blanco como la gata, pero con ojos rojos y conejo. -Allá, en el mundo, pasan cosas alucinantes-. Un momento. ¿Allá en el mundo? ¡Acá! Acá, en el mundo. Y sin que me vean (ni el señor ni la señora) me acerco a la puerta, giro la llave y me zambullo a la aventura.


Yésica Topakbassian
2/2/09

jueves

criatura de la Tierra



Ciertas noches, mientras se me adormece la sensación impresa por el mundo, vuelvo a un yo casi desconocido para mi; tanto que a veces me siento extraño y lúgubre, como si yo no supiese para nada quién es ese yo que me habita cuando el mundo desaparece de mi. 
   En esas ocasiones no tengo más remedio que entregarme a una danza extravagante que por cierto me resulta exquisita. 
  
   Cierta vez que eso acontecía llegó a mi una sensación innovadora: porqué no intentar cantar.  Y nota a nota, surgió una melodía que declaré lisa y azul.  Una melodía que siempre repito cuando el mundo me atosiga y no logro despegarlo de mi. 

   Resulta casi coherente que eso haya ocurrido.  Veamos, el mundo es un tanto iridiscente y no siempre uno goza del vacío interno que antaño sería tan simple, tan natural.  Además bailar no sería una buena herramienta, ¿Cómo escapar del mundo en pleno plaza Constitución?  Bailar sería demasiado llamativo y el mundo se me metería más adentro, más espeso.  Pero una canción es algo tan inocuo, tan desapercibido en la ruidosa Buenos Aires que me ha resultado cada vez más fácil hacerme de mi, alejarme del tiempo. 

   Lo curioso es que esta facilidad de entregarme a mi no me llevó a permanecer más cómodamente en el mundo de lo cotidiano, sino que me hizo ver con claridad que el mundo este que yo parecía haber elegido, era una realidad que no era mía, que yo no participaba en la creación de mis días y que éstos me estaban atropellando un tanto belicosamente y un poco me molestó eso de mi yo que sí sabía lidiar con la existencia compartida. 

   Esa es la principal razón que me llevó a cambiarlo todo.  Y cuando digo cambiarlo todo digo… ver realmente rinocerontes corriendo… por el monte. 

ÁFRICA

   África me ha acogido alegremente, mientras yo cante mi canción soy una estrella.  Soy una fuente.  Soy una vida.  Cuando llegué aquí los días parecían eternos, porque no había lunes ni jueves a las tres.  No había mi noción de mi acción al tiempo dado, sólo estaba yo, mi real yo y África.

   Hay dos Áfricas que yo puedo recordar, mencionar.  El África que tenía inventada en mi mente, cuando yo no era mi verdadero yo, y el África que yo ví, que yo veo.  La primer África es de elefantes, negros y jeeps.  Y palabras como Safari.  El África que pisan mis pies tiene aliento a verdad.  Es un lugar como todos.  Como el otro, pero los acontecimientos se despilfarran frente a mi y no hay de aquellos momentos sin canción. 

   Primero ví los pastos.  Son muy representativos de la palabra vida.  Los elefantes estaban ahí, están ahí, pero no son objetos de mi inventiva.  Son unas criaturas enormes, unas otras criaturas con sus realidades que se evidencian de yoes reales.  La primer pregunta que me hice fue del tipo cómo puede ser.  Cómo puede ser que personas ajenas a sí mismas sean las que propulsan el terror y deciden cuánto pasto existirá en África.  Cuántos niños dormirán hoy olvidando su alma en la realidad anti-real de los patéticos adultos ajenos de su sustancia vital.  Eso me molestó, casi me devolvío a mi otro yo, llamemosle mi yo feo.  Mi yo no yo. Mi anti yo. Mi yo construido cuando la niñez ya no fue suficiente para ser del mundo.  Esto fue un momento muy detenido en mi, una observación del modo sucesivo.  Luego canté mi melodía y eso se evaporó, porque aquellos humanitos pseudo-reales no tienen tanto poder como creen.  Y los pastos con su verde crepitar se hacen amarillos por causa del Sol y el Sol es el que en todo caso es bastante poderoso aquí.  Así que inmediatamente me olvidé de aquellos modos y vino la segunda sensación.  Una sensación como de viernes, pero mismo en domingo.  Una sensación como de veintinueve de febrero en año no bisiesto.  Y mis ojos se abrieron un poco más.  En tanto eso pasaba apareció el jeep que yo había dibujado en mi mente.  Era un safari con un elefante a bordo y los pastos se iban a toda velocidad, hacia un atrás que no era pasado.  Yo supe entonces que continuar dibujando más realidades con mi mente no era astuto.  El universo, el Universo, es miles de millones de veces más ingenioso e interesante que mi delicada conexión sináptica intentando construir futuro.  Así que me despreocupé del asunto y me dediqué a percibir los aromas, los colores.  ¡Ay que inteligente por mi parte hacer eso!  ¡Cuándo los elefantes se dieron cuenta!  Corrieron hacia mi, no.  No. Corrieron hacia su amigo elefante que ridículamente continuaba sobre el jeep, a mi lado.  Y le dijeron algo, un sonido le dijeron.  Yo no pensaba, oía.  Y porque oía entendí que ese sonido era nasal, no, nasal no. Trompal.  ¡Ay elefantes, qué enormes son!  Eran diez y me rodearon.  El uno que iba a mi lado saltó del jeep.  El otro que estaba más cerca de mí me tomó con su trompa y me llevó al suelo, con delicadeza.  Luego los otros destruyeron el auto y, corriendo todos juntos, se fueron.  Allí, en medio de la sabana me quedé solo.  Mi mente casi habla, pero no la dejé porque canté.  Entonces olí el néctar de las flores de una enredadera y amé ese aroma y del amor que sentí esa enredadera se alimentó y creció hasta que una flor quedó frente a mi nariz y yo la olí y supe que esa planta era feliz.  Y yo fui feliz.  Y sentí un galope.  Yo corría junto al mundo que giraba.  Corría.
   Soy una criatura de la Tierra.

´Funky Road. Episodio 5

Cuando el mundo confía tanto en la probabilidad me da como un escalofrío íntimo, inmanifestable. Resultaría hereje contraponerme a Estadística, madre del Universo. Pero yo no puedo dejar de pensar en Casualidad. Ok, no es tan sofísticada. Es inesperada y hasta ociosa. Pero se que todos la veneramos en silencio, esperando que Sea, que ocurra que pase, que bendiga al mundo con su devenir descontrolado; digamos mágicos. Para ser más irreverentes, aun.

domingo

Funky Road (episodio4)


Un espacio puede estar decorado de infinitas formas. Y si tiene palmeras, mejor. El mar: azul. La arena: me gusta gruesa, que se distinga la roca del caracol. Que no sea muy ancha, la playa. Que se continúe en selva hacia el continente. Así es como preferí este lugar por sobre toda la costa transitada. Desde el Río de la Plata tomamos el océano Atlántico, ya en Uruguay y navegamos el borde hasta Río de Janeiro. Allí nos detuvimos una tarde, compramos frutas y cargamos agua y continuamos hacia Bahía acompañados por delfines que saltaban y reían. Como si fueran niños. Como si fuera un niño yo me maravillé de todo cuanto veía. Y también de mi osada valentía desprendida de toda racionalidad adulta. Yo, estudiante de matemáticas, a punto de licenciarme, había accedido a viajar sin rumbo exacto con el peculiar navegante músico. No me había convencido él. Yo solito sentí absurda toda mi actividad como criatura viva del planeta y luego de la zapada no quedaba de mi más que una sensación. Cuando volvíamos al pantano de Ciudad Universitaria, el me comentó que me dejaba y seguía viaje. Para dónde. Para el norte. ¿Para el norte? Sí. Para mi el norte era un lugar alla, que un día visitaría sin intento, como participante de un congreso científico o algo por el estilo; pero para él el norte era un tiempo, un tiempo musical. El norte era una negra. Y el compás cantaba: negra negra negra negra. Cuatro cuartos era el ritmo de las olas. Fsh fsh fsh fsh. Llevame. Le dije. Cambió el rumbo y mientras el barco navegaba marcando el tiempo, me senté al piano y tocando entoné una canción.

Soy de la lluvia

Y del viento tomo el silencio.

Cuando sale el Sol.

Yo se que es la Tierra la que gira.

Y sin embargo no fui yo..

Busco mi saber

Mi modo de ver.

Soy una gota en la lluvia

Soy una gota que cae sobre el mar.

Sobre el Mar.

Estaba improvisando. Era una baguala. Y en el piano sólo tocaba un MI grave y un SOL tenue, como el Sol del atardecer que amanecía más allá.

Crónica de un Asombro Zoológico


Evolución, la hija del Rey, estaba enfurecida. Su padre le había prometido un paseo por el ambiente terrestre para su cumpleaños.

Aunque éste se encontraba muy cercano, los científicos de la corte no conseguían descubrir el modo de adaptación al medio terrestre. Explicaron que el oxígeno atmosférico no era respirable, que la sequedad del ambiente era tal que colapsaba todo sistema de intercambio gaseoso.


Evolución vio el océano y gritó.


Su grito acabó en un llanto hondo, húmedo, tembloroso. Un grito que ocultaba un miedo; un miedo que ocultó con angustia; una angustia que ahora se manifestaba entera, real, sincera. Tan espasmódico fue el devenir lacrimoso que se le metieron para adentro las branquias y casi al mismo tiempo su válvula flotatoria se llenó de gas. Desmayada por la metamorfosis repentina flotó, flotó, flotó y

¡Zás!

Se salió del agua. Y flotó, flotó, flotó y

¡Zás!

¡Evolución estaba volando!

El contacto con el aire atmosférico la despertó, y del asombro ¡Plaf! Cayó al agua y se hundió, se hundió, se hundió mientras sus branquias recobraban la forma y disposición habitual. Enloquecida por la fabulosa experiencia Evolución le contó a su padre, le contó a la corte, a los científicos… de la invanginación branquial, de la emergencia al mundo negado, del vuelo, de la caída. Su padre no la entendió. La corte se rió. Los científicos le explicaron los límites de su fisiología.

Pasaron lunas y mareas y la misma Evolución pensó que todo había sido un sueño. Pero como lo recordaba tan vívidamente, decidió experimentar por su propia cuenta. Convocó a sus amigos más cercanos y los incitó a la investigación. Tal era su entusiasmo que ninguno se negó. Ella misma se encargó de empujar las branquias hacia adentro, de decirles ¡Ya! Para que la flotación extrema ocurriera, de, de…

Ahora ellos vuelan. Ahora se dejan caer. Pero no se hunden. Flotan. Respiran oxígeno atmosférico. Ríen y admiran delante de ellos lo abstracto de lo desconocido.

Julio 2008


Comunidad Animal

Los que vuelan

Los que nadan

Los que andan por la tierra

Los que no se desplazan

Los que parecen plantas

Los que parecen estrellas

Los que nacen

Los que "aparecen"

Unos cantan, Otros juegan.


Julio 2008

martes

FUNky rOad. (tercer episodio)


No quise entrar a clase. Estaba aun aturdido por el efecto de la mañana, del despertar. Y el Sol, ya inundando el predio, señaló senderos que me llevaron hasta el pantano. Qué lindo aire se respira aca, pensé. -Qué lindo aire se respira aca- me dije. -Sí-. Escuché que alguien decía. Me decía. Acomodé mis anteojos intentando disimular mi timidez, sonreí y seguí caminando. Este señor que me había hablado me alcanzó en tres zancadas, me miró. -¿Te gustaría andar en bote por el río?- me dijo. Claramente respondí que no. Que tenía que ir a clase. Que gracias. Bueno si querés te lo muestro nomás, está acá, en la orillita, atrás de las totoras. Y señaló hacia alla, hacia los pastos. El hombre tenía como una bondad. Dale, le dije, sintiéndome osado. Para llegar tuvimos que caminar sobre el tronco de un árbol caído, esquivar dos charcos y embarrarnos bastante. Detrás de los pastos estaba Popota. Popota no era ningún botecito. Tenía una cabina, tenía un timón, tenía colores. Y su exterior era violeta. Todo, absolutamente TODO lo que no pertenecía a ese momento, al objetivo de navegar ese río a bordo de Popota se desapareció de mi mente y le dije, entusiasmado: -¿Vamos?- Me miró, sonriendo. A los ojos me miró. Sonriendo. Dale subí, me dijo.

Popota no tenía motor. Tenía un sistema a pedales y vela. Estuve en la cubierta hasta que nos alejamos de la costa. Cuando entré al camarote vi los instumentos. Un Piano vertical de madera, un Chelo y diversos elementos de percusión. Me conmovió la imagen porque hacía años que no tocaba. Recordé la sensación de los dedos al presionar la tecla, el recuerdo del sonido antes de sonar, recordé melodías que hacía años habían sido reemplazadas por otros haceres. Me senté frente al piano. La tapa estaba levantada. Apoyé mis manos y tímidamente empecé a tocar. -Es una melodía sencilla- me dijo. -Sencilla y bella- agregó mientras con el Chelo iniciaba un acompañamiento para nada compañero... sonaba estridente. Sonaba molesto. Sonaba como si un niño sin ninguna formación musical tocara el Chelo. Pero yo no podía detenerme, mis dedos gozaban de estar nuevamente allí. Pero mis oídos, mis oídos querían que todo terminara, querían la armonía habitual, pero mis dedos... Cuando lo miré él me estaba mirando. Serio. Firme. Sin parar de tocar. Yo tampoco podía parar, pero tampoco podía sostener la melodía académica, cuadrada, centrada, que había comenzado. Nota a nota, dedo a dedo, compás a compás fui desarmando el tiempo. Ni siquiera había ya noción de tiempo segmentado... a tal punto que imaginé yo espirales. Espirales que me envolvían el cuerpo, que me acariciaban los ojos, las manos, los pies, los pensamientos, los sentimientos. Yo no me pude explicar en ese momento que había pasado, pero sí sabia que había sido importante. Sí sabía que había sido hermoso. Y sí sabía que había sido real. No un sueño. Aunque ahora sé (y en ese momento no lo sabía) que los sueños son realidades otras. (Pero reales).